miércoles, 14 de octubre de 2015

La justificación del Ateísmo.

Por Janou Glaeser.



Por cada creencia que tenemos -ya sea verdadera o falsa, racional o irracional- es correcto decir que apostaríamos un número no nulo de bienes a que es verdadera -de lo contrario, no creemos en ella. El ateísmo es la descreencia en todas las religiones teístas, es decir, es la creencia de que no existe ningún Dios. En lo que queda de este escrito, trataré de argumentar a favor de la postura según la cual el ateísmo es la creencia más racional con respecto a la existencia de Dios. (Nótese que no se está afirmando que creencia en la inexistencia de Dios es verdadera en base a la evidencia, sino que es más racional que su antítesis, y que por tanto debería ser adoptada).


El principio de uniformidad metodológica es la tesis de acuerdo a la cual los principios que empleamos -consciente o inconscientemente- para formar creencia factuales -es decir, creencias sobre el mundo (en contraposición por ejemplo a las morales, que son no acerca del mundo sino acerca de cómo deberíamos comportarnos)- deben ser siempre los mismos, si es que queremos cumplir con el requisito de la racionalidad. Si adquirimos la creencia en p mediante un procedimiento Z, estamos creyendo -siguiendo la definición del primer párrafo del término “creencia”, es decir estamos dispuestos a “apostar”- que Z es una fuente fiable con respecto al tema sobre el cual p versa; como usamos el término aquí, “fiable” significa “que produce creencias coherentes entre ellas”.

El principio de uniformidad metodológica determina quién tiene la carga de la prueba, si un creyente (digamos un creyente en las doctrinas cristianas bíblicas) o un ateo. El creyente cristiano dice que la fuente de su creencia es la fe, la experiencia religiosa y/o las escrituras. Pero esto no respeta el principio de uniformidad metodológica, ya que un hinduista, con creencias incompatibles con el cristiano (por ejemplo, el hinduista cree que hay muchos dioses), también tiene el mismo procedimiento de adquisición de creencias -la fe, sus escrituras, y por qué no su experiencia religiosa. En cambio, el ateo no tiene un texto sagrado con el que está comprometido a priori (es decir, sin importar lo que diga); simplemente tiene un método -el de la duda, el del escepticismo- que forma creencias permutables, en constante revisión, por lo que no es sujeto de violación al principio de uniformidad metodológica.

Pregúntele a cualquier cristiano cuán seguros están de que están hablando con ud. (o que la Tierra es aproximadamente esférica), y simplemente responderán el número más alto posible en la escala numérica de seguridad que ud. les ofrezca. Pero ahora pregúntele, usando la misma escala, cuán seguros están de que cierto candidato político de su región geográfica va a convencer aún a más votantes en lo que resta de su campaña. Es seguro que va a responder un número no nulo pero tampoco responderá el número más alto. Esto es porque hay más evidencia a favor del enunciado de la primera pregunta que a favor del segundo enunciado. El creyente tendrá que admitir, entonces, que para que una creencia sea racional la firmeza y seguridad con la que ésta es creída debe ser proporcional a la evidencia a favor de ella. Sin embargo, el cristiano dirá casi con total seguridad que (i) el Cristianismo es verdadero & (ii) el Islam es falso; cuando en realidad el Islam y el Cristianismo tienen las mismas evidencias (o bien nulas, o bien los argumentos apologéticos que se usan comúnmente, que aquí no discutiremos); debemos concluir por tanto que ser cristiano no es racional.

Por último, notaremos una última violación al principio de uniformidad metodológica: el cristiano promedio, si se le apareciera el genio de la lámpara y le diera a elegir entre darle un argumento convincente de que su Dios existe y decirle cuál el la verdadera respuesta a la pregunta “¿existe algún Dios, y de existir, cuál es?”, es bastante probable que elija lo primero (y mucho más probable que dude antes de elegir). Aquí vemos que se viola el susodicho principio, ya que en cualquier otro ámbito del conocimiento, el creyente querrá saber la verdad, sin importar cuál sea; pero no en el caso de la religión que profesa. El argumento ateo, consecuentemente, se vería algo así (las premisas ya las hemos argumentado):

1.Cualquier violación del principio de uniformidad metodológica es un acto de irracionalidad.


2.La religión es una violación de ese tipo.


3.Ergo, la religión es irracional.


4.Para cualquier enunciado p, si p es irracional, cada sujeto debería adoptar como creencia ¬p.


5.Ergo, cada sujeto debería adoptar el ateísmo.